Caracoles


ALGÚN DÍA APRENDERÉ A HACER CARACOLES
por Manu Núñez
Son las doce del mediodía y los caracoles no han llegado. Nunca se habían retrasado tanto. Siempre han llegado a primera hora de la mañana.
Hace siete años, justo después de desayunar, llegó un mensajero con una caja térmica. En el preciso momento en el que le firmaba los papeles, rompí aguas. Yo siempre había pensado que eso eran unas pocas gotitas, pero fue una cascada. El chico no sabía que hacer y yo, menos. El pobre hombre, se ofreció a llevarme al hospital en moto y, como no se me ocurrió otra manera más rápida de llegar, acepté. Entre mi maleta, la bolsa con las mudas de la niña, las contracciones y la caja de caracoles, se me hizo eterno el viaje. ¡Menos mal que no veía la cara de la gente porque el casco se iba empañando con las respiraciones que me habían enseñado en la clase de preparación al parto!
Hora y media más tarde, nacía mi niña. Tenía un pelo tan naranja que pensé que sólo podía llamarse Carlota. Cuando el padre de mi hija me dejó por un amor de juventud que nunca había consumado, consideré que no tenía ningún sentido explicarle que iba a ser padre si ya había decidido que no quería seguir a mi lado. Al poco tiempo, su madre decidió mandarme regularmente sus espléndidos caracoles. La pobre mujer sabía que me encantaba cómo los preparaba. Imagino que no se le ocurrió otra manera mejor de demostrarme que me prefería a mí. Durante el embarazo, esperaba ansiosa sus envíos. Era la única comida que me sentaba bien.
Con el tiempo, sólo los mandaba una vez al año. Cada año el mismo día. Casualmente, coincidiendo con el cumpleaños de Carlota. Quizás había llegado el momento de hablar con la abuela de mi hija. Quizás debería decirle que tenía una nieta. Quizás mi ex debería saber que tiene una niña adorable que cada día se parece más a él. Quizás tendría que hacer muchas cosas que no me veo capaz de hacer. Ahora ya ha pasado demasiado tiempo.
Pero una cosa está clara: Carlota hoy comerá caracoles.
– Semon, buenos días.
– Buenos días, soy Andrea Sánchez.
– Señora Sánchez, ¿en qué podemos ayudarla?
– Necesito dos raciones de caracoles para el mediodía.
– No se preocupe. Los tendrá en su casa a las dos. ¿Le va bien?
– Muy bien. Muchas gracias.
Algún día, le contaré a Carlota que no soy yo la que hace los caracoles. Algún día, le explicaré quién es su padre. Algún día, le diré que su abuela es la mejor del mundo haciendo caracoles. Algún día, le aclararé muchas cosas… Hoy, simplemente, comeremos caracoles y celebraremos su cumpleaños. Igual que en los últimos siete años.
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