El gallo, la abuela y el chef encadenado


por Carlos Núñez (periodista puesto a escritor)




El gallo que canta
El maldito gallo le interrumpió en lo mejor del sueño, en el que estaba viviendo una frenética noche de pasión y aventura con ella. Pero espabiló realmente cuando su bella amiga francesa, llevando un gran tazón de café y un poco de pan con mantequilla, le dijo: “Levántate, que abuela llegará esta noche esta noche a la villa y hay que tenerlo todo preparado para la cena”.
Hacía tiempo que no la había visto tan feliz. Estaba claro que lo haría todo por su abuela, incluso esto, y él no quería perderse la parte de gozo que le correspondía aunque fuese sólo de refilón pero con una pizca de esperanza.
La abuela resultó encantadora, igual que su nieta, y se mostró hasta comprensiva con el mal francés del español que le acababa de presentar la niña de sus ojos. Las dejó solas, porque el cariño aumenta, pero toda complicidad necesita renovarse con nuevas entregas. Mientras él se acercaba a la cocina a comprobar que todo estaba perfecto y repasaba la limpieza de los platos y las copas en el comedor, se imaginó a las dos mujeres hablando de todo, incluso de él. Tenía que ser lógico que la anciana quisiese saber algo más del tipo que estaba en la casa familiar, por muy educado que pareciese, porque ya se sabe que los hombres tienen intenciones ocultas.
La abuela de Aure repasó el menú, escrito a mano y con algo de prisa, que se le había preparado para la velada:
-Olivas esféricas
-Lazos de zanahoria con sorbete concentrado de mandarina y almendra
-Oreo de oliva negra con crema doble
-Disco de mango
-Melón cru con hierbas y almendra tierna
-Caramelo de aceite de calabaza
-Tempura de salicomia al azafrán con emulsión de ostra
-Ostra con emulsión de jamón y su perla
-Mejillones de roca calientes con picada reconstruida
-Shabu-shabu de hígado de rape con liquat de sésamo
-Ventresca de caballa en escabeche de pollo
-Sesos de cordero con erizo y algas
…
Aure había dicho que su abuela tenía saque, pero era una delicia verla comer, con sus modales de dama gala, y hasta se atrevió con tres o cuatro postres porque resultó casi imposible seguir su ritmo y menos la cuenta.
-¿Estás contenta, abuela? – preguntó la nieta que había logrado una proeza.
-Pues hay más – le dijo a la anciana.
Por la puerta de la cocina apareció Ferran Adrià, su ídolo, con traje de faena, que se acercó a la mesa, despacio, y se dirigió a la venerable mujer con su habitual tartamudeo:
-“Lllee ha guustado el menú”.
Su interlocutora le pidió que se sentara a su lado y conversaron sobre el mundo de la cocina, sus logros y lo difícil que siempre había sido encontrar una reserva en El Bulli junto a unas copas de calvados hasta que llegó una hora que la homenajeada consideró apropiada para retirarse.
Adrià, después de despedir a la anciana con una inclinación de cabeza y una sonrisa, se volvió hacia la cocina arrastrando la cadena que llevaba sujeta hasta el tobillo.
-Todo ha sido maravilloso, pero ahora más vale que descanse que nos queda todo el fin de semana por delante y hay que preparar muchos más platos para mi abuelita, le dijo Aure, prometiéndole que el lunes, por supuesto, después del desayuno le devolverían a España sin necesidad de viajar en el maletero un millar de kilómetros.
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