El toldo verde de Port Lligat


por Leonor Mayor
Hasta hace bien poco, o sea, hasta que cerró sus puertas hace unos seis meses, ha habido unanimidad al considerar que El Bulli era el mejor restaurante del Cap de Creus, de la Costa Brava, de España y del mundo en general. La originalidad de la cocina de Ferran Adrià, lo acogedor de Cala Monjoi y el placer de comer sin prisa y sin pausa durante casi cuatro horas hacían merecido el título.
Pero aunque El Bulli fuese el mejor restaurante en 20.000 leguas a la redonda, no era necesariamente la mejor mesa. Hay otra, en el mismo Cap de Creus, sólo unos kilómetros más al norte, muy distinta, mucho más tradicional, pero igualmente apetecible. No es un restaurante. No es un lujo a primera vista, pero está ubicada en un enclave incomparable.
En Port Lligat, a unos metros de la casa Dalí, junto al mar, los pescadores de Cadaqués, Isca y Llinares, tienen un toldo verde que en verano protege a los visitantes de los rigores del sol. Bajo la lona, una mesa sencilla pero grande, y un montón de sillas desparejadas. Y unos fogones a los que van a parar el atún, la langosta o el rape recién pescados.
Los anfitriones, que eligen a sus invitados incluso con más esmero del que ponía Lluis García a la hora de escoger a los afortunados comensales de El Bulli, cocinan como los dioses con esa excelente materia prima. De su olla sale un marmitaco para chuparse los dedos, una caldereta que no tiene rival y, dicen, espero probarla algún día, que una paella que pondría verde de envidia al cocinero valenciano con más galones en eso de los arroces.
La mesa de Port Lligat es distinta a la de El Bulli. El menú no está deconstruido, la vajilla no es de porcelana, sino más bien una suerte de platos desvencijados y de vasos rescatados de la nocilla, pero la comida es excelente y la prisa no existe. Las sobremesas son eternas, agradables, cada uno de los comensales habla de lo que le apetece, sin tapujos, sin necesidad de quedar bien, sólo por el mero placer de conversar, como antaño. Poco a poco aparecen Alfredo, el pintor, Andy, el biólogo marino que se lleva la carne porque no le gusta el pescado, Fede, mecánico de máquinas de gran tonelaje ya retirado que ejerce a veces de fogonero, Avelino el botero.
Con un poco de suerte, Isca o Llinares pueden proponer al invitado una vuelta en barca por el Cap de Creus al atardecer, a la hora de tirar las redes para poner fin a una comida inovidable. La mesa de Port Lligat es un lujo aunque no lo parezca a primera vista, es una experiencia que se recuerda por el sabor de la comida, por el olor del mar y por la conversación de los anfitriones. Por eso no es de extrañar que Ferran Adrià sea uno de los privilegiados que se sienta de vez en cuando bajo el toldo verde de Port Lligat.
Ver galeria completa:
- Isca
- Rafel Llinares
- Fede
- Isca cocinando
- Llinares y las almejas
- Isca en la barca
- Alfredo
- Avelino
- Andy
- Leonor Mayor,en el centro, rodeada del Port Lligat team. A laizquierda, Albert Cruells, inductor de la cita.
- Isca, Fede y Rafel
- Alfredo
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