Flan chino Mandarín






Flan chino Mandarín
por Carlos Núñez (periodista puesto a escritor)
Le fastidiaba mucho que no pudiese fumarse un puro de los que le habían enviado a casa las últimas navidades desde el consulado de Cuba, porque consideraba que era un rito perfecto para una gran comida y de eso él sabía bastante. Mientras pedía un segundo vaso de malta Bowmore de 18 años, sin hielo, para apreciar todo su sabor, aprovechó para demandar la cuenta con un gesto rutinario y mantener una conversación informal con su acompañante acerca de la experiencia gastronómica y la posibilidad de prolongar la velada o, por lo menos, de repetirla en algún otro restaurante de interés .
-Están ustedes invitados, les dijo el camarero con una sonrisa de complicidad y costumbre. La dirección pregunta si les apetece algo más, añadió mientras dejaba la botella en la mesa, junto a dos tazas decoradas de café Illy.
-Hay que ver lo bien que vives, le dijo su pareja al salir. Comes lo mejor, bebes lo mejor, te tratan como a un rey y, encima, no tienes que pagar, continuó.
Aunque en verdad compartía la idea de que disfrutaba de un privilegio apto para unos elegidos, prácticamente acababa de conocer a su acompañante y no quería darle a entender que era un poco caradura. Respondió en tono académico:
-Es mi trabajo y no te creas que todo el mundo está capacitado para hacerlo. A veces no tienes ganas de comer y has de hacerlo, además de que tiene cierto riesgo, porque te pueden dar un pescado congelado, una carne sin denominación de origen, unos quesos desafinados y hasta un vino que esté picado. Y las muchas veces en las que hay que probar nuevas creaciones de los chefs y no hay por dónde cogerlas.
Como arma de seducción, expuso:
-En casa tengo unas botellas de Pommery y algo de caviar del bueno, aunque también trufas por si te apetece algo dulce.
Pero ella le esquivó con alusiones a lo maravillosa que había sido la cena, lo amena que resultaba su compañía y el cansancio que tenía sumado al efecto de las dos botellas de tinto de Torres que casi habían apurado.
-Hay que repetirlo, dijo ella antes de darle dos besos y coger un taxi.
Se despertó de mal humor y con algo de resaca, porque decidió mitigar la soledad y la decepción por la fallida conquista con una de las botellas de champán, mientras escribía su artículo sobre el restaurante visitado la noche anterior. Llamó a la redacción para comprobar que todo estaba perfecto y le dijeron que el director quería hablar con él con urgencia.
–Hola, ¿querías verme?, dijo desde la puerta del despacho de director.
-Sí, te parecerá duro, pero tenemos que prescindir de tu colaboración, le soltó su jefe como un chorro de sifón en un vermú. No es nada personal, es la crisis, que nos obliga a hacer recortes y han pensado que tu trabajo lo puede hacer un becario, que se pondrá contento de ahorrarse un dinero en comidas, le soltó con un poco de sorna en la parte final. No creo que tú, que tienes varios premios de gastronomía, con tantos años de experiencia, vayas a tener problemas para encontrar otros sitios en lo que aprecien lo bien que escribes; incluso puedes plasmar tus experiencias en libros, le apuntilló cortándole la digestión .
En la nevera apenas quedaba algo, aunque la bodega estaba surtida. Llevaba unos meses recorriendo emisoras y redacciones, pero no obtenía resultados y estaba empezando a cansarse de comer y cenar en casa a base de cangrejo ruso, caviar, ahumados, quesos y patés. Pero ya no podía ir a los restaurantes porque su sustituto se había encargado de mandar un e-mail en el que explicaba el relevo y lo cierto es que nunca había estado a buenas con chefs y restauradores, a los que había humillado muchas veces a fuego lento.
Fue al mercado y se sorprendió de los precios incluso de los alimentos más cotidianos, pero tenía que empezar su nueva vida. Al llegar a casa cogió uno de los libros de recetas que había escrito y se paró un rato para recordar todos los detalles antes de ponerse en faena. Agotado, porque él era un teórico, no un practicante, puso el cubremanteles, se sentó, se sirvió un vaso de vino, una botella de Evian de las de colección, y sintió como si le hubiese tocado la mano de Dios al descubrirle un mundo de sabores:
-La tortilla de patatas y cebolla me ha salido perfecta, pensó orgulloso. Y la ensalada de lechuga, con aceite y vinagre es de estrella Michelín, añadió sin poder contener que su voz se hiciese audible, pese a tener la boca llena de flan chino Mandarín.
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