Hotel OMM, esencia personal


Anna R. Alós, Julio 2015, Barcelona
Tenía noche concertada en el Hotel Omm de Barcelona, un 5 estrellas con el que guardo algunos lazos emocionales. Por un lado esas historias personales que, por muy personales, una se guarda. Por otro lado, dos mujeres extraordinarias vinculadas al hotel: Rosa Esteva, la propietaria _ enérgica, incombustible, eficiente, rígida _ y Clementina Milá, su mano derecha (y pierna, ojos, paladar… todo), una mujer elegante, sincera, sensata.
Primera parada en la habitación: la 523, planta 5ª. Caminar por los pasillos interiores del OMM es ya un espectáculo en sí mismo y la 523 está ciertamente alejada de los ascensores principales, lo cual me parece una suerte porque pasear en esa caja de negro iluminado que es el pasillo me apasiona. Es como ir a ninguna parte, a un punto muy lejano al que nunca se llega.
Sí se llega, en este caso a una suîte con saloncito, escritorio y la cama con dosel para dormir bajo palio y desde la que se ve el baño a través de una cortina de tejido traslúcido. Nada en esta habitación es casual: excelente el equipamiento de cama, las texturas en los tejidos y el baño con set completo. El cepillo de dientes y el calzador se incluyen, así como un cepillo para el cabello en lugar del peine tradicional. A eso se le llama pensar en las melenas largas. Imposible llevarse los botes de productos de baño si no es con destornillador, puesto que están clavados en la pared. A eso se le llama control de costes. Fantástica la pastilla de jabón de manos, de glicerina. Todos los aromas de los productos de baño, incluido el ambientador de todo el hotel han sido elegidos por Rosa Esteva con la ayuda de un maestro perfumista, Jimmy Boyd. Es decir, que el aroma a OMM será pronto reconocible. Es decir, que una podrá llegar a cualquier lugar y escuchar: «Hueles a OMM». Es la esencia de Rosa, que no deja nada, nada, al azar.
Para control de luces, cortinas y persianas, hay que dedicar al tema 5 minutos, un máster fugaz y averiguar qué enciende, apaga o mueve qué. Superado el momento, vuelve la libertad de movimientos y se disfruta. La luz con pantalla del cuarto de baño es un diseño del arquitecto Antonio de Moragas con función incluida: la utilidad de la pantalla como tarjetero, entre las cintas. Yo coloqué las gafas.
El espejo de aumento, por cierto, debería estar prohibido para clientes que hayan superado los 45 años.
El desayuno
Todo sucede en el lobby, en la planta con salida a la calle. Sobre la barra del bar se distribuyen al comienzo los sabores dulces y a continuación los salados. Visualmente el orden parece importante, diría que básico. Los bocadillos ya preparados de diferentes sabores, tiene una medida lo bastante pequeña para poder probarlos todos, incluido el enrollado de pan con salmón y apio, increíble.
En un mueble a parte se encuentran las bebidas, los zumos de frutas, el de jengibre con limón, las leches variadas. En la misma zona se ubican los cereales y las frutas frescas cortadas. El café es una mezcla de aromas elegido por Rosa Esteva, con diseño especial del packaging y con su nombre impreso.
También cuentan con carta de cocinados. Los huevos, por supuesto, en diversas texturas. Huevos comió Oliver Stone la mañana que acudió a desayunar en batín sobre los calzoncillos y calzando sus propias zapatillas.
Cuentan los empleados que viven cada día esas primeras horas del día:
En el desayuno es cuando más se notan las características de las culturas. Los orientales, por ejemplo, llenan sus platos a rebosar, pero hay una gran diferencia entre japoneses y chinos. Los japoneses lo colocan todo con un orden extremo, bien alineado y nunca se levantan para repetir, y los chinos son un caos, todo va a parar al plato a saco y se comportan con bastante prepotencia. Ambos comen huevos, pero los chinos solo los piden fritos y alguno escupe en el suelo sin problemas. El cliente del Este de Europa muestra también esa prepotencia.
Los árabes comen de todo, llenan sus platos y de la misma forma lo dejan tirado. El mejor cliente no europeo es el americano. Entiende perfectamente lo que es el servicio aunque no comprende un “no”, todo le parece posible. Y deja unas propinas increíbles. Pero el cliente más conflictivo de todos, sin lugar a dudas, es el judío americano. En esta opinión, el personal coincide con el de la mayoría de las líneas aéreas, que califica al último de la misma forma.
Fue un auténtico placer pensar que en ese mismo lugar habían estado Harrison Ford y Robert Redford. Encantadores los dos, me contó Clementina Milá, pero Redford es lo más. ¡Incluso te abraza! Pues vaya, no coincidimos esa mañana de julio. Aún así, fue un auténtico placer.
FOTOS: R,G,
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