Jamón en París


por Marga Espuña, escritora
No creáis que la cocina francesa es magnífica. No lo es. Viví en la “ciudad de la luz” (luz artificial porque siempre está nublado y el sol es un espejismo) durante cuatro años y aseguro que cenar en los glamurosos restaurantes parisinos tuvo como consecuencia alguna noche de malas digestiones y vomiteras. El francés es bastante testarudo por naturaleza y pedirle a un maitre, en mal francés, que no pongan demasiada salsa blanca o mantequilla en un plato es similar a decirles que las Saint Jacques las quieres solas, braseadas, vamos, sin salsa. Oídos sordos.
El asunto de las comidas adquiere gran relevancia cuando vives en el exilio. Uno de los dramas que vivimos nosotros y nuestros amigos españoles allí fue la dificultad en encontrar jamón serrano. Para ellos el jamón es italiano, no español. Mi francés era pésimo porque ellos no me inspiraban el esfuerzo y es dificilísimo discutir si no dominas el idioma. Una mañana entré en una charcutería muy exquisita y, tras cerciorarme, por si acaso, de que no, jamón español o serrano, no había, a trancas y barrancas le pregunté a la dependienta por qué no tenían este producto tan internacional. Puso cara de parisina, no se me ocurre un adjetivo más claro, y me respondió que en España no había buen jamón.
La ira tiñó de morado mi rostro, quise hablar, gritar, lanzar un prolongado discurso de las virtudes reconocidas a nivel mundial de nuestro jamón que hasta en Japón se lo rifan. No creáis, conseguí hacer todo eso, en español. Varios ojos se clavaron en mi boca mientas yo vociferaba, no entendieron mis palabras pero creo que les quedó clara mi discrepancia.




Cerdo ibérico
Tengo que añadir que, una noche, un amigo catalán me llevó a un magnifico restaurante. Un primer plato de fabulosas lonchas del serrano más exquisito, un segundo plato de bolitas variadas de exclusivo caviar. Maravilloso y helado cava. Fui feliz esa noche, claro que el restaurante era ruso.
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