Mi última cena con Daniel Craig


por Antonio Rua
El invitado es esta vez un compañero de reparto de Angelina (Jolie) en uno de sus magníficos bodrios, Tomb Raider. Se trata del duro de moda y 007 en sus ratos libres, Daniel Craig. Cómo ha conseguido Anna (Alós) que Daniel venga a Barcelona a cenar conmigo es algo que nunca acabaré de comprender en su exacta dimensión, solo sé que cuando ella agarra el teléfono convierte lo imposible en cotidiano. Le esperamos en el Dry Martini. Anna no quiere perderse el momento supremo en que 007 le pide al barman un martini, “Stirred, not shaken«, mezclado, no agitado, algo que desde su rincón de la barra, el barman Ceferino considera normal. Sería pecado preparar un Martini Dry en coctelera, siempre en vaso mezclador.
Entra Daniel Craig y comienzan las desilusiones. Viene disfrazado de inglés de Oxford, con jersey, una chaqueta tweed y unas gafas parecidas a las que lucía en una de sus pelis pre Bond, El Intruso. Parece llegar de dar clase en la Autónoma. Le saludo y le paso la presa a Anna, que lo contempla con voracidad. No es para menos, el tipo es un magnífico ejemplar de macho que cuando se quita las gafas y mira con la fijación del miope despliega un magnetismo increíble.
Efectivamente, pide un Martini, pero no el que esperábamos. Ha leído el cartel que hay en la pared y pide la auténtica formula original; media parte de vermut francés, media parte de ginebra Gordon y un golpe de orange bitter, con lo que demuestra que tiene un paladar alcohólicamente cultivado como corresponde a su oficio de agente secreto. Daniel lo prueba y lo aprueba, felicita al barman, y explica que los americanos han deformado el martini dry hasta convertirlo en copa, cuando originalmente fue un aperitivo concebido para tomar antes de cenar, por eso en la formula original hay tanta cantidad de vermut como de ginebra.
Comenzamos bien. Roto el hielo inicial, Anna nos deja y pasamos al restaurante. Le comento que se trata del único restaurante clandestino que hay en la ciudad, un homenaje sentimental a los que existían en América en tiempos de la ley seca. Pasamos por la cocina del Dry y entramos en el Speakyeasy, que recibe una asombrada sonrisa de mi invitado. Vuelve a sonreír y compruebo que este hombre, con la sonrisa pierde mucho. Solo le sienta bien las risa sardónica, como la que exhibe en la película Camino a la perdición. Están en un velatorio y un niño le pregunta, ¿por qué te ries? El responde. Porque todo es divertido de cojones.
Repaso su filmografía, y sus películas más brillantes son las que hace de malo. De hecho, el acierto de los productores de la saga 007 es precisamente haber convertido en héroe al malo de la peli. Se lo hago saber y le añado que no hay nadie que ponga mejor la cara de estar cabreado con el mundo. Él me responde que lo suyo es destrozar trajes. Tom Ford le diseño 40 para le película Quantum of Solace y no pudo salvar ninguno, pero yo le indico que nadie pasea con tanta elegancia un esmoquin sucio, lleno de polvo y descorbatado. Todo esto se lo voy diciendo en ese inglés de gibraltareño tartamudo que he podido conseguir tras siglos de estudios pero, aún así, con monosílabos, gestos y palabras escritas en un papel, nos vamos entendiendo. No tardo en comprobar que el cabrito se lo está pasando pipa. Bueno, no es mal oficio hacer de actor para un actor.
Llega la carta y me dice que elija yo. El solo pide la bebida y va a ser Dom Perignon para todo. Empieza bien el mozo. Como desconozco sus gustos selecciono los platos como si estuviera cenando íntimamente con un tal Antonio Rua, así que dejo que salga mi nostalgia gaditana y pido unas tortillitas de camarones y unas ortiguillas. Pensaba sorprenderle, pero este hijo de la Gran Bretañaa esconde muy bien sus sentimientos y sin preguntar ataca los platos con fruición. No sé si le han gustado realmente o tiene buen apetito.
Después tiro por la calle del lujo asiático y encargo costillas melosas de Waygu sin hueso, confitadas a 60º. No existe carne más tierna y sabrosa que la ternera de Kobe, y descubro que el muy glotón ha comido más de una y más de dos en su suculenta vida. Tengo ante mí a un cuchara de importancia. Me alegra, pensaba que solo sabía repartir mamporros.
Termina su plato a una velocidad más que estimable y ya estamos por la segunda botella de Dom Perignon. Como veo que igual se me ha quedado con hambre, me inclino por un postre sustancioso. Encargo una torta de la dehesa extremeña con tostadas, y así poder degustarla con la tercera botella de champán que se vislumbra en el horizonte.
Saciado su apetito, me mira con cara de interrogatorio y me pregunta por qué le he invitado a cenar. Igual piensa que soy gay, la madre que lo parió. Como excusa le digo que para celebrar sus 44 años recién cumplidos, y como el bulo no cuela, entonces le cuento mi última cena con Angelina, la estela de incredulidad manifiesta que dejó su rastro y el empeño de Anna en seguir ampliándola para mi desdoro. Eso le hace gracia. Típico humor inglés. Responde entre carcajadas que lo importante no es que me crean, sino habernos divertido cenando. O sea, que todo es divertido de cojones, le respondo. Y recuerda la frase, sí.
Animado por la confianza y por la tercera botella, le digo que no me gustó nada su actuación en ese remake machista de Millenium que ha perpetrado David Fincher. Acepta la crítica, reconoce que su personaje es demasiado duro y muy alejado al descrito por la novela original, pero así lo quería Fincher, y no hay cosa peor que un director con ideas fijas. Luego añade que son gajes del oficio, y que más patético resulta Gary Oldman en el remake de Topo intentando mejorar la actuación original de Alec Guinness.
Me cuenta que el cine tiene sorpresas que escapan a cualquier previsión lógica. Para endulzarle el ego,le respondo que tiene en su haber algo importante, el mejor James Bond de toda la saga, superior incluso a las interpretaciones de Sean Connery y, por supuesto, es el protagonista de uno de los arranques más espectaculares que en visto en una película de acción, sin duda la mejor persecución jamás filmada: James Bond persiguiendo a la carrera a un negro en un sinfín de acrobacias. Daniel recibe el halago con la misma sonrisa como recibió la crítica, y continúa bebiendo golosamente.
Detrás de esta fachada de duro, Daniel esconde una educación cultivada donde no faltan una sólida experiencia teatral y muchos años de oficio. Aun así, comprende que eso no es nada ante su escena en Casino Royale saliendo de la playa en bañador, que le llevó a conseguir el título del hombre más sexy del planeta.
Es hora de hablar de mujeres. Es el postre obligado en una cena de solo tíos. Me cuenta que se casó con la actriz y cantante escocesa Fiona Loudon hace 20 años, cuando comenzó en el cine. Se separó al cabo de un tiempo, luego vivió actriz alemana Heike Makatsch con la que protagonizó la película Obsesion. Su tercera pareja fue Satsuki Mitchell, una productora de cine estadounidense, y él interpretó Detrás de las paredes en compañía de Rachel Weisz y acabó rendido a sus pies. ¡Quien si no!
Estos son los amores oficiales, en los que yo no quise entrar ni preguntar para evitar males mayores, así que comencé hablar de relaciones etéreas, por decir algo. Pese a que el tipo no soltaba prenda y no quería hablar de estos asuntos, porque por mucho secreto que se exija al final todo se sabe, estoy en condiciones de añadir que sin salir de sus compañeras de reparto podríamos establecer una graduación termométrica. Entre sus relaciones más frías, casi invernales, se sitúan Kate Blanchett y Nikole Kidmann, y las más tórridas entre Eva Green y Sienna Miller. Angelina ocupa un discreto término medio. Dicen las malas lenguas que cuando la vio desnuda llena de tatuajes, afirmó: Para leer, prefiero el Times.
Mientras nos despedimos he de admitirme a mí mismo que la cena ha sido un suculento tostón y que hubiese preferido cenar con Rachel Weisz, pero cualquier le dice eso a su marido, que después de lo que ha tragado parece que acaba de salir del Dry de hacer pesas. Me quedo con las ganas de enviarle de mi parte un saludo a su esposa, porque acaba de poner cara de Casino Royale y no tengo ningún deseo que me atice un quantun of solace en los morros. Mascullo un bye y un thankyou, se larga del restaurante y yo me quedo con la cuenta y con el retrogusto de haber cenado con un duro de película sin morir en el intento.
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