UNA LANGOSTITA «PA» MI SOLO

por Antonio Rúa, periodista, guionista, vividor, buena gente. Sublime escritor.
En una de aquellas sobremesas absolutamente necesarias para poder digerir en paz la opípara cena con la que nos homenajeábamos mi sobrino adoptivo, Luis Ignacio, y yo, llegamos a la conclusión de que la felicidad podría resumirse en la frase que titula este artículo. Aunque parezca que la dichosa frase constriñe la felicidad al sentido del gusto, uno solo de los numerosos placeres que puede encontrar el ser humano, la cosa tiene su miga. La clave está en la última palabra: solo. Que la felicidad radique en que uno devore meta completamente solo una langosta, quiere decir que el tipo en cuestión está muy a gusto con su soledad. La ha asumido, la ha hecho propia y si no va ondeándola como un patriota con bandera, por lo menos no se tiende en el diván del psicoanalista presa de cien mil depresiones por culpa del puñetero detalle de haber venido este mundo a nacer solo, vivir solo, morir solo y comer langosta solo. Como este es un artículo gastronómico y no un tratado de metapsicología, únicamente resalto que la asignatura de saber estar solo es la única que tenemos en la carrera de la vida, y la única que hemos de aprobar con nota. Todo lo demás son chuminadas, mandanguitas, chorradinas de millonario, cabildeos de político y mareo de perdiz.




La langostita
Bien. Una langostita pa mi solo. Se dice pronto. Pero no es tan fácil, no. Podría alargarme aquí y relatar los muchos sitios donde me estrellé en ese intento de hacer feliz a mi mejor amigo. que soy yo. Llegaba a la marisquería, miraba la carta, entraba y tenía que soportar la moda del momento, esos bogavantes de dudoso origen, (alguno incluso estuve a punto de pedirlo vivo para que me enseñara inglés o más exactamente canadiense) y cuando encontraba alguno que sí, tenía langosta, el maître, todo apesadumbrado, me decía que la más pequeña superaba el kilo, y eso eran palabras mayores.
Un día, incluso me armé de valor y después del ayuno pertinente aparecí en ese magnífico restaurante de Cambrils que es Casa Gatell, donde tienen unas langostas de las Columbretes que quitan el hipo. Se apiadaron de mí y el dueño, muy cuco, accedió a servirme media langosta de kilo y pico, mientras ensalivaba para adentro porque la otra media pensaba zampársela él. Un homenaje es un homenaje. Cuando acabé de comerla, poco a poco, sin prisa pero sin pausa, pero con evidentes agobios, el pícaro de Gatell me confesó que la langosta de marras no pesaba kilo y pico, sino dos kilos bien sobrados, o sea que aquel día me tome media langosta de un kilo pa mí solo. Pero eso no era lo pactado, no. Me dí cuenta de que una forma muy sutil, había invitado a banquete al dueño de la casa. Si al menos hubiese sido al cocinero…




Casa Gatell, en Cambrils (Tarragona)
Al verano siguiente viajé a Galicia con el objetivo de comer en la ciudad de las Langostas, la Guardia, A Guarda, cerca de la desembocadura del Miño, frente a Portugal. Pero antes tuve la prevención de parar en el que tal vez (o sin tal vez) es la mejor marisquería de Galicia: Puesto Piloto de Vigo. Y allí su dueño y maître – lo siento, soy fatal para los nombres – me desaconsejó mi excursión gastronómica. Corren malos tiempos para la langosta, me dijo. Haberlas haylas, añadió, pero ninguna gallega. Puedes encontrar alguna chiita. Sí hombre, sí, en eso estaba pensando. Para fundamentalismos estaba yo. Así que, después de un banquete de ostras y un lenguado excepcional, abandoné el intento.




Puesto Piloto, en Vigo
La sorpresa me llegó ese mismo verano, semanas después en una marisquería, la única, la más celebrada, y una de las mejores de Andalucía que se encuentra precisamente en Granada, Cunini.




Cunini, en Motril
Se les habían acabado las famosas quisquillas de Motril, uno alevines de gambas que sorprenden por su delicadeza, así que le pedí dos cigalas importantes, gigantes, enormes. Respuesta del camarero:
-¿Y por qué no se toma una langostita que incluso le saldrá más barata?
-¿Langosqué?, dije yo.
Tapada por unas inmensas cigalonas se encontraba una langosta adolescente que se había escapado de casa y había caído en las redes de unos pescadores de Motril. Cuando me la sirvieron a la plancha, vuelta y vuelta, se me saltaron las lágrimas. Habían cometido un infanticidio y yo me lo estaba comiendo. Aquello no era una langosta era un chanquete de langosta, no era una langostita, era una langostititita. Menos mal que en Granada existe la bendita costumbre de que a cada copa que pides, te sirven una tapa gratis, y en Cunini las tapas son de lujo. Cuando no son tres trozos de merluza frita, es una cazuelita de albóndigas o unas migas con jurel frito que es lo más excelso y los más barato que he tomado yo en mi vida. Gracias a las tapas gratuitas, pude decir que había comido, porque la verdad, aquella mini langosta no me llegó al colmillo.
Lo bueno que tienen las obsesiones es que permanecen, se pegan al paladar del alma, y allí están, esperando que un día se conviertan en realidad. Hace unos años tuve que ir a Oviedo, a los Premios Príncipes de Asturias, normalmente voy a gusto, por los galardones y por la impresionante y ejemplar organización que ha convertido a Oviedo en capital del mundo cultural. Pero ese año, para ser sincero, no fui con mucho entusiasmo. El que me interesaba, Bob Dylan, no vino, y el que no me interesaba, Al Gore, apareció una semana antes. Pues bien, gracias a ese cambio climático apocalíptico y tal y tal, que hace que en mi Córdoba de secano llueva y que en la Asturias de la lluvia eterna haga un sol de justicia, pude completar mi deseo y cumplir con mi obsesión.




Bob Dylan, cuya ausencia se sufrió
El domingo se levantó perfecto, el cielo sin una nube, algo inédito en Asturias y menos en Octubre y en el puerto de Cudillero, en una terraza donde el sol me hacía el amor sin contemplaciones, conseguí el milagro de degustar una langostita pa mi solo, oiga, setecientos gramos, un respeto, a la plancha, con el punto justo, que ya es difícil, tierna hasta decir basta, sutil, y por supuesto asturiana hasta la médula. La pobre no me habló en bable porque ya estaba muerta, pero tenía ese toque de tristeza húmeda que se nota en el sonido de la gaita, en las borracheras de sidra natural y en las canciones de Victor Manuel
Después, investigando, investigando, me enteré que Asturias. además de la patria querida de todos los españoles que saben darle a la copa, es también la patria querida de las langostitas pa uno solo. Tiene razón el himno asturiano. Aunque hayas nacido en Córdoba, como es mi caso, tu patria está en Asturias. Antes te esperaban la lluvia y la tristeza, ahora con el cambio climático del pelmazo de Al Gore, te espera un sol de justicia, un mar en calma y una langostita pa tí solo.
Comentarios recientes